martes, abril 14, 2009

Domingo de Resurección con los cinco sentidos

Todavía puede olerse por la calles el incienso de la Semana Santa que ha acabado, pero los sonidos son otros, ya no se escuchan cornetas ni tambores.

El Domingo de Resurrección parece que la gente se viste con colores más alegres y más chillones, y que la gente hace más ruido también.

Cuando ese día tienes entrada para ir a los toros, y te vas acercando a la Maestranza, los colores de ésta entran por los ojos más que nunca. Amarillo, Blanco, Rojo…

Al entrar por la puerta por la que habitualmente lo hago me llega el fuerte olor a ganado y a pienso, que me acompaña durante todo el trayecto de subida a las escaleras. Trayecto en la sombra, pero rodeada de personas. Todos van a buscar sus localidades y se siente los roces con sus brazos, muchos desnudos, en mangas cortas, porque ya es primavera.

Cuando por fin he llegado a la puerta que da a mi tendido se me llenan los ojos de luz, y después de colores de nuevo. El amarillo del albero, el blanco y rojo del callejón y del graderío…y el cielo azul.

Los tendidos se van llenando también poco a poco de colores, de esos mismos colores chillones de la calle, y también se vuelven chillones los tendidos. Se escucha un murmullo impaciente. Alegre porque otra vez empieza la primavera, porque están de nuevo en la Maestranza, y porque ya mismo es Feria.

En el tendido de los Maestrantes todos de negro, y en el de al lado contrastan las mantillas blancas con los vestidos de colores de las mujeres.

Entonces se escucha un cerrojazo, se abre una puerta de madera. La puerta del patio de cuadrillas. Y salen los fotógrafos, y los toreros se colocan después de haber tocado madera. Uno puede casi imaginarse el “clic” de las cámaras de fotos entre los aplausos entusiasmados e ilusionados del público maestrante. Entre los fotógrafos destaca “Canito” con su gorrita blanca, ese fotógrafo tan viejecito y pequeño que incluso fotografió a Manolete el día de su muerte.

Mientras tanto ya están los alguaciles cruzando el albero, partiendo plaza, avanzan despacio, elegantes, con sus gorros negros con rojas plumas van haciendo el despeje. Podemos imaginarnos como antiguamente hacían que la gente saliera del albero y volviera a los tendidos, hoy como un ritual consiguen centrar las atenciones en el ruedo.

La cosa está a punto de empezar, y ya entran en escena los toreros, que se saludan unos a otros, como cada tarde, y de repente me sobresaltan las primeras notas del pasodoble “Maestranza”. Tantos meses sin escucharlo en esa caja de resonancia que es la plaza. Parece mentira que hasta hace pocas horas estaba esa banda del Maestro Tejera tocando marchas cofrades.

Entonces, casi al ritmo de la música empieza el paseíllo, que si hay suerte se hará bien y los toreros andarán a la vez y dará la sensación de que un río de plata y oro sale del patio de cuadrillas. De nuevo en procesión van toreros, banderilleros, picadores, mulilleros, monosabios…y saludan al presidente.

Una vez roto el paseíllo, aparecen sobre el albero el rosa y amarillo de los capotes, y mientras tanto los tendidos ya están llenos. El sol acaricia la cara y empieza a molestar a los ojos, y entre tu vecino de localidad y tú no cabe un alfiler. Piel con piel como si lo conocieras de todas la vida.

Tan cerca estamos unos de otros que si la señora de delante lleva laca lo vas a notar, y si el de al lado no es muy amigo de la ducha…desgraciadamente, también.

Entre el murmullo del público se oye a los vendedores de agua, de helados, de sombreros…y suena el clarín. Ahí va el primer toro.

En una plaza de toros se entremezclan mil sensaciones, mil sentimientos y muchísimas ilusiones. Ilusiones de los maestros por estar bien, ilusiones de los ganaderos, ilusiones de la gente. Miedo, alegría, inquietud, esperanza, incertidumbre…Incertidumbre porque nadie sabe que va a ocurrir en este espectáculo que paradójicamente esta compuesto de rituales.

Así entre una sinfonía de sensaciones que no quiero dejar pasar desapercibidas transcurre la primera tarde de toros del año en Sevilla. Como cada tarde de toros, nunca igual pero siempre el mismo.

El espectáculo taurino esta lleno de belleza. Hay belleza para los ojos, vemos increíbles estampas. Pero la belleza de esta fiesta va mucho más allá, es bella para los cinco sentidos, y también es bella por que no todo en ella lo es. Es bonita por que es verdad, porque no trata de ocultar nada. La muerte del toro no deja de ser muerte, pero es una muerte hermosa porque hay dignidad y respeto. Se le llama por su nombre “muerte”, y es cierto, esta ahí viendo la corrida, como uno más.

Un pañuelo blanco, un clarín, silencio, unos golpes…y ahí está el primer toro de la tarde. Un murmullo recorre la plaza, todos comentan si tiene o no trapío, si les gusta o no, como se comporta, cada uno tiene su opinión. Aun recuerdo la primera vez que fui a la Maestranza y vi al toro. Un animal majestuoso, que se crece ante las adversidades, noble y peligrosamente armado.

Al burel lo recibe un torero con su capote y ahora empieza el juego de las emociones, pero nadie sabe que va a pasar, será alegría, será enfado, será aburrimiento…todo puede ser en este espectáculo hermoso e impredecible.

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